Hoy en día asistimos a un cambio en los patrones de morbilidad y mortalidad de las sociedades desarrolladas. Este cambio consiste en el reemplazo de las enfermedades infecciosas por enfermedades comúnmente consideradas “enfermedades del estilo de vida”.
Este tipo de enfermedades —que por cierto no es nuevo, salvo en los índices de su peligrosidad— se caracterizan por ser de tipo crónico y son causadas, en mayor medida, por conductas tóxicas para la salud.
Nuestra conducta por medio de hábitos estables constituye un determinado estilo de vida.
Estos constructos comportamentales se vuelven condiciones de importancia como marco donde se insertarán los factores que modulan el proceso salud-enfermedad en su interacción con las condiciones ambientales.
Desde este enfoque la Psicología de la Salud ha señalado que las principales causas de morbilidad y mortalidad provienen de estilos de vida y conductas poco saludables. Las evidencias presentes en la práctica clínica y en la investigación de las últimas décadas ha permitido que actualmente casi ningún profesional de la salud desconozca la relevancia de la conducta cotidiana en la salud de una persona.
Conductas como el tabaquismo, estados emocionales negativos como la ansiedad o la depresión, o la permanencia en entornos estresantes (ya sean laborales o afectivos), repercuten negativamente en la salud de las personas.
El estilo de vida de una persona afecta a los riesgos de enfermar y morir
Un estilo de vida es un conjunto de actitudes y hábitos, personales y sociales, asociados a una serie de rutinas cotidianas. Esta forma de vida, este conjunto de costumbres, determina en gran medida la salud de un sujeto.
Enfocados en un punto de vista personal, podemos hablar de conductas patógenas y de conductas inmunógenas de un sujeto. Sin embargo, hablar de estilo de vida es tener en cuenta la importancia de los aspectos socioculturales de la salud.
En la sociedad actual se destacan de modo mayoritario el sedentarismo, los hábitos nocivos, y la dieta desequilibrada. En las grandes ciudades, el estilo urbano generalmente nos lleva a vivir de un modo altamente estresante.
Curiosamente estos estilos nocivos se transmiten también a las zonas rurales, por ejemplo a través de los medios de comunicación.
Entonces, los comportamientos patógenos ya no son el patrimonio de un individuo (o grupos aislados), sino la marca colectiva de nuestra sociedad actual.
Si pensamos al estilo de vida como un patrón de comportamientos hablaremos de patrones patógenos y patrones inmunógenos.
Un patrón patógeno de comportamiento es un conjunto de conductas que favorecen el riesgo a enfermar.
Por el contrario, un patrón inmunógeno es un conjunto de comportamientos que nos protegen de la enfermedad.
Podemos distinguir varios aspectos dentro de estos patrones de comportamiento:
- Conductas alimentarias
- Consumición de substancias tóxicas
- Conductas relativas a la actividad física
- Conductas relativas a la organización diaria
- Conductas relativas a las relaciones interpersonales
Todos estos aspectos deben ser tenidos en cuenta cuando analizamos un estilo de vida en relación a la salud. Así en el siguiente cuadro encontramos:
Todas estas conductas llevan a la presencia de factores de riesgo en diferentes enfermedades —por ejemplo, las cardíacas o el cáncer— como el sobrepeso y la obesidad, la hipercolesterolemia, tabaquismo, sedentarismo, pero, también estrés, ansiedad, depresión y aislamiento social o un soporte social muy pobre.
Por su parte, existen patrones inmunógenos también llamados conductas de salud que protegen, promueven o mantienen la salud.
En términos generales, las conductas saludables básicas son:
- Dormir siete u ocho horas cada día.
- Desayunar cada mañana.
- Nunca o rara vez comer entre comidas.
- Mantener un peso conveniente en relación con la talla (respetar el IMC).
- No fumar.
- Moderar el consumo de alcohol u optar por una conducta abstemia.
- Realizar alguna actividad física con regularidad.Beber
Básicamente se trata de un conjunto de hábitos que fomentan el propio bienestar favoreciendo la correcta funcionalidad de todos los sistemas internos, lo que permite incrementar la calidad de vida a largo plazo.
Una conducta de salud es una serie de rutinas cotidianas que se pueden aprender, y conservar para el resto de la vida. Por ejemplo, en el caso del estilo de vida cardiosaludable incluyen conductas alimenticias como el consumo moderado de sal o grasas, la eliminación o abstinencia de substancias tóxicas como el tabaco y el mantenimiento de una actividad física regular.
Así como lo señalamos en el caso de las conductas patógenas, las conductas de salud tampoco son el resultado de una mera actitud individual. Las conductas protectoras también ocurren dentro de contextos donde se cruzan aspectos personales, ambientales, practicas colectivas públicas y privadas influencias interpersonales de los entornos laborales y afectivos. Este cruzamiento nunca es homogéneo por lo que es muy común que en un mismo sujeto observemos la presencia incluso a veces contradictoria de hábitos saludables y nocivos.
Las conductas de salud que realiza una persona también pueden obedecer a la percepción subjetiva de determinadas manifestaciones de una enfermedad. Dicha percepción subjetiva recibe el nombre de susceptibilidad percibida.
La experiencia clínica nos muestra una gran mayoría de personas que, habiendo tenido una vida poco saludable, cambian como resultado de la experiencia traumática como un evento agudo o el diagnóstico de enfermedad.
Es por eso que desde la Psicología de la Salud el trabajo con el estilo de vida presenta tres aspectos o momentos:
- La prevención primaria de la enfermedad
- La prevención secundaria de la enfermedad
- La promoción de una vida cardiosaludable
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