Frente al problema de la enfermedad aterosclerótica, la medicina ha procedido (con metodología probablemente incuestionable) a identificar, discutir, clasificar, cuantificar y tratar de resolver, médica y quirúrgicamente, esta enfermedad.
Más modernamente se ha centrado el interés en hallar todos los factores de riesgo, capaces de producirla o facilitarla. Más recientemente aún, se rejerarquiza la importancia de la rehabilitación y, con menos entusiasmo, la de la prevención.
A pesar de esto, comprobamos, con sorpresa, que la aterosclerosis sigue ocupando el lugar preponderante de siempre entre las causas de muerte en la población en general; si bien es cierto que los progresos en su tratamiento han mejorado las cifras de lo que, con alguna resignación, llamamos sobrevida, y, aún más empresarialmente, calidad de vida.
Quiero repetir aquí, y por última vez, que son indiscutibles, rápidos y admirables los avances terapéuticos y de investigación, desde el creciente campo de la angioplastía hasta el papel del óxido nítrico o los chlamydia o helicobacter pylori; locus del genoma humano, o de las estaninas.Ahora, no obstante, debo entender de dónde proviene esta, también, inocultable sensación que a algunos cardiólogos nos persigue, de estar corriendo detrás de los hechos. Esta especie de burocratización aceptada que nos lleva casi a descartar en la consulta al paciente, que no tiene, o ha tenido, infarto o equivalentes; o bien a sentirnos satisfechos por haber hecho ya todo lo indicado, cuando otro paciente (o el mismo) abandona con éxito la unidad coronaria, cuando se reintegra a una idéntica vida provisto sólo de unas cuantas prescripciones, algunas severas admoniciones y una dieta pobre en grasas.
¿Qué sabremos de él cuando vuelva a sus hábitos, sus pulsiones, su inevitable reincidencia?
¿Quién estará junto a él cuando comience sin proponérselo a ejercitar la conducta que le fue habitual?
No es difícil imaginar que el paciente recaerá en algunas de las pautas de comportamiento más comunes: omnipotencia, negación, depresión, fatalismo, etc. Raramente se le ocurrirá que debe asumir la responsabilidad de una vida nueva que de él depende, que deberá ser cuidadosamente distinta de la anterior y que no debe considerarse un mero sobreviviente a la espera del próximo evento, signado por un destino inmodificable.
No es esto, solamente, una cuestión de información que hoy nos llega a todos, ni de campaña nacional de prevención, que suele no llegar a nadie. Más bien se trata de una atención individual capaz de detectar en salud o en rehabilitación (ambas son prevenciones) aquellos factores de la personalidad que promueven conductas estereotipadas, imitativas o gregarias, establecidas en el error y perpetuadas por el desconocimiento de los propios conflictos y no del colesterol bueno.
El campo futuro de la psicocardiología es amplio y está en revisión. Desde los primeros intentos de definir un tipo comportamental del paciente cardíaco, hasta los aportes más modernos, como el estudio de la hostilidad, la depresión y el aislamiento ,o la incidencia del estrés en el desarrollo y desencadenamiento de eventos coronarios , se ha avanzado poco.Si, fuera de algún factor genético, los demás factores son controlables, y aún modificables; si esto depende de la acción individual y la determinación de mantenerla en el tiempo; si parece evidente que esto requiere una mejor y sostenida motivación, quizá debamos admitir, con el tiempo, que el factor psicológico es el único verdaderamente independiente, y que el diagnóstico y la terapéutica psicológicos deberían acompañar, o aún preceder, a la educación alimentaria precoz, o a la kinesioterapia en la unidad coronaria. |