El estrés influye en las funciones somáticas volviendo al organismo más vulnerable a la enfermedad. Cotidianamente nos enfrentamos a agentes estresores que pueden provocarnos un incremento en la activación fisiológica que aumenta la probabilidad de padecer enfermedades coronarias. El estrés negativo actuaría como desencadenante, de manera activa y aguda, de episodios cardíacos.
Se considera que una persona padece estrés cuando tiene que afrontar demandas conductuales (fisiológicas, psicológicas y sociales) que le resultan difíciles de satisfacer. Las emociones humanas en general y los procesos adaptativos en particular no influyen en la salud a través de un único mecanismo: ejercen su influencia de diversas maneras y en los diferentes momentos del proceso de la enfermedad.
Como consecuencia de los distintos trabajos de investigación de las últimas décadas, se han acumulado evidencias epidemiológicas, clínicas y experimentales que permiten afirmar que el estrés:
1. Constituye un riesgo para la salud en la medida en que inducen marcados cambios fisiológicos en los ejes hipofisiario-adrenal y neurovegetativo que a su vez afectan al sistema inmunológico. Esto contribuye a un aumento inespecífico de la vulnerabilidad de los organismos frente a cualquier agente patógeno. Pero también nos encontramos con efectos específicos: el caso del Patrón A de conducta relacionado con la enfermedad coronaria.
2. El estrés afecta los hábitos de salud: se ha observado que induce a la realización de hábitos poco saludables: aumento de ingesta de alcohol y tabaco, reducción de conductas saludables como el ejercicio físico, la precaución de accidentes y la aparición /cronificación de disomnias.
3. Los episodios agudos de estrés pueden agravar ciertas enfermedades: el estrés incide en el curso de enfermedades, precipitando el inicio de una crisis, su agravamiento y su cronificación en casos de asma, hipertensión, migrañas y hasta cáncer. El estrés también incide en la recuperación postquirúrgica (en relación con el estrés prequirúrgico) en la medida en que puede lentificar la cicatrización de heridas.
4. El estrés puede distorsionar la conducta de los enfermos: en muchos casos el estrés puede desencadenar conductas que interfieren en el proceso de curación, tales como demorar la atención médica, abandonar tratamientos, o la renuncia a intervenciones quirúrgicas.
Las respuestas fisiológicas al estrés pueden volverse perjudiciales y conducir a un proceso de enfermedad. Este es el caso de la hipertensión, la aterosclerosis, la isquemia y la muerte súbita.
En las últimas décadas, la enfermedad coronaria (angina, infarto, muerte súbita) se ha ligado muy estrechamente con la actitud del individuo ante el estrés. El estrés negativo puede incluir reducciones en el aporte de oxígeno al miocardio, así como aumentos en su demanda. También, disminuye el umbral para la fibrilación ventricular y la muerte súbita.
En pacientes sobrevivientes de infarto agudo de miocardio con un mayor nivel de estrés en su vida cotidiana y un mayor aislamiento social, aumenta la mortalidad cuatro veces más que en pacientes con niveles más bajos en dichos parámetros. Los pacientes con isquemia inducida por estrés podrían tener una coronariopatía funcionalmente más grave.
Estos rasgos, sumados a otras manifestaciones biológicas reconocidas de estrés negativo, pueden afectar la expresión clínica de la coronariopatía de base. La integración de tratamientos psicosociales junto con los tratamientos clásicos de rehabilitación cardíaca, en un enfoque biopsicosocial de la patología, reducirían sensiblemente la mortalidad, la morbilidad y algunos de los factores de riesgo biomédicos.
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